El haber sido recibidxs en sus hogares, en esa esfera íntima y privada que tan dinamitada ha sido
en estos tiempos, nos abrió una dimensión mucho más profunda de la vecindad y su convivencia, entendiendo que los actos cotidianos y la intimidad del hogar son lo que sostiene y reinventa a la comunidad. Estamos muy agradecidxs ya que permitir entrar a un otro en el hogar, siempre será un acto de confianza y apertura. Ha sido esta disposición al compartir la que nos permitió vislumbrar una vida a través de los años y los ojos de la Convención del 45 y parte de Tandacatu.
Reconocemos que este es el inicio de un camino extenso para lograr abarcar la comunidad y su memoria de forma íntegra, si eso es posible acaso, ya que cada habitante es un territorio basto por transitar. Nos llevamos los poemas de Blanca, la sonrisa de Eduardo Segovia, la dulzura de Betty, la transparencia de Manuel, la resiliencia de Elizabeth, el entusiasmo de Alexander, la ternura de Ruth, la entereza de Andres, el cuidado de Elena y la fuerza de la Familia Encalada.
La comunidad se teje en el encuentro.